Day 12. Stories of Women*: Biografías politizadas y la porfía del sur feminista 

[ES]

Tengo presente en mi memoria, desde muy pequeña, haber presenciado, pero también vivenciado desigualdades y violencia de género. Fui criada principalmente por mi madre, siempre con el apoyo solidario de otras mujeres, mi abuela materna a quién nombro hasta el día de hoy “mami” y mi madrina, ambas mujeres de la costa centro sur de la región del Biobío, la maravillosa comuna de Tomé.  

La experiencia de la maternidad para ella nunca fue una tarea sencilla, tuvo que migrar desde la región del Biobío a Santiago, para incorporarse a la fuerza laboral y desempeñarse como trabajadora de casa particular puertas adentro, comúnmente conocido en Chile como “nana”. Vivimos procesos de cambios importantes en ese periodo, nuestra genealogía deriva de cirulos de pobreza y limitadas condiciones para culminar la educación formal, a ello sumado la dificultosa posibilidad de ser mujer trabajadora y madre, más aún en pleno proceso de transición democrática de los 90. En ese momento, la única opción que mi madre creyó viable para nuestro “buen vivir” fue matricularme en el internado de la Escuela Nº 328 de niñas y niños, perteneciente al Hogar Español, ubicado en la comuna de Las Condes, muy cercano a su lugar de trabajo.  

Desde los 6 años estuve interna de domingo a viernes, compartía con otras niñas y adolecentes de distintas regiones, comunas de Santiago, inclusive de otros países -recuerdo una amiga del internado que llego de Nicaragua producto de la represión y violencia política de su país- que se encontraban en situaciones similares. Éramos más 100 mujeres con historias entretejidas por la pobreza, la violencia, el no reconocimiento de nuestros padres o la ausencia radical de estos. Si bien yo estaba reconocida por el mío, el ejercicio pasivo de la paternidad y muchas veces su ausencia en mi proceso de desarrollo, no favoreció que esta realidad fuera distinta.  

La experiencia en ese lugar tuvo de dulce y agraz. Lo significativo fue encontrarme con niñas de distintas latitudes y saber que no era la única en la misma situación, además compartir experiencias siempre fue muy enriquecedor. Asimismo, contábamos con las necesidades elementales cubiertas: alimentación, refugio, educación, salud y entretención. No obstante, me llamaba poderosamente la atención la imposición del catolicismo, disponer de una sala de muñecas, con coches, cocinas, enseres del hogar como escobas, platos, carros de supermercado, y otra sala de televisión solo con películas Disney como La Cenicienta, La Bella y La Bestia, La Sirenita, Blancanieves y Los Siete Enanos; todas reproducen un estereotipo de mujer rescatada por un “hombre que resulta ser el amor verdadero y para toda su vida”. En consecuencia, las normas establecidas por nuestras cuidadoras “Madres de los Desamparados y San José de la Montaña”, consistían en negarnos la posibilidad de usar faldas cortas y trepar árboles, usar maquillaje y estaba tajantemente prohibido las relaciones amorosas heterosexuales y mucho más las lésbicas.  

Lo que no supieron y/o quisieron prever en el internado fue nuestras biografías cruzadas por contextos de vulnerabilidad, algunas arrastrábamos dolores profundos, silenciosos y muchas veces traumáticos.  

Mi experiencia da cuenta de una situación de abuso sexual a los 5 años, por un integrante varón de mi familia, que me ocasionó un daño irreparable que nunca pude verbalizar -hasta hace 3 años atrás-. Luego, a los 8 años fui abusada nuevamente, en el espacio que se constituía como mi segundo hogar, el internado. Cuando comencé a crecer y me cambiaron de colegio, emprendí el desarrollo de mi autonomía desplazándome sola por la ciudad, presencié el peligro en ella con el acoso sexual callejero, los agarrones en la vía pública y roces intencionados en la locomoción colectiva, la inseguridad que me provocaba caminar sola por lugares oscuros. Pero también tuve la protección y defensa irrefutable de mi madre cuando estaba presente.  

En definitiva, solo por ser mujer tuve que asumir determinadas conductas, roles y expectativas que el mandato cultural depositaba en mí, pero que también permeaba mis relaciones familiares, de pareja y/o con mis pares. Al ser objeto de la violencia sexual, tempranamente me percaté que las desigualdades culminan en expresiones concreta, que transcienden la experiencia individual y el ámbito privado, y cuando lo devaluado es lo femenino siempre puede seguir afectando a otras. Inclusive cuando colectivizamos ese ejercicio de agudizar la mirada respecto de las opresiones y dominaciones que vivimos, tomar consciencia y compartirlo por medio de la conversación con otras mujeres, puede ser dolorosamente revelador, pero también puede constituirse en nuestra principal arma de lucha, para desnaturalizar que lo común no debía ser las historias de violencia que arrastramos en distintas etapas de nuestras vidas, sino más bien el deseo por derribar el orden que las reproduce.  

Cuando utilizo el habla como herramienta de comprensión del mundo subjetivo con mi madre, tías, amigas, mujeres con las que trabajo, compañeras de militancia feminista y política, aparece alguna expresión de la violencia patriarcal en sus biografías, en el tipo de educación que hemos recibido, en la forma que nos hemos incorporado al mundo del trabajo y la cada vez más precarización del mismo, en la desigualdad salarial, en los accesos a los determinados servicios por pertenecer a un contexto territorial más empobrecido, en el ejercicio muchas veces solitario de la crianza. 

Por eso estoy convencida del valor emancipatorio que representa politizar las biografías, tomar consciencia del potencial transformador del feminismo para las mujeres y las mayorías sociales, así como reconocer el valor de las estrategias plurales que convergen en una lucha común: liberarnos de las opresiones y dominaciones que el capitalismo y el patriarcado refuerzan sistemáticamente en nosotras.  

Las mujeres que vivimos en Chile, como en otros territorios del sur y en el resto del mundo, nos encontramos en un proceso clave de transformación social. El cariz de las demandas que hoy impulsamos en cada territorio deriva de un proceso de acumulación histórica que mujeres y feministas antecedieron, apunta precisamente a evidenciar la crisis del modelo capitalista que está llevando al limite la explotación humana y el planeta que habitamos.  

Lo anterior, producto de la depredación de los recursos naturales por empresas capitalistas transnacionales que despojan del buen vivir a miles de comunidades indígenas y generando zonas de sacrificio, asimismo ocurre con la mercantilización de los derechos sociales, la privatización de la tierra y el agua que culmina anulando el goce de la existencia y precarizando aún más la vida de las personas. Pero también, establece nuevas formas de dominación y exclusión instalando un nuevo germen fascista, la pandemia femicida como expresión radical de la violencia de género y los cada vez más presentes desplazamientos masivos por la legitima búsqueda de nuevos asentamientos. 

Es indiscutible que la articulación e incidencia política del feminismo en Chile busca revolucionar todos espacios, y en lo personal, me ha posibilitado contribuir en la reconstrucción de ese nuevo tejido social que parece cobrar cada vez mayor sentido y fuerza. Los procesos en curso de transformación cultural en las universidades por las denuncias de violencia, acoso y abuso sexual, la lucha por el aborto libre, legal, seguro y gratuito, los preencuentros hacia la Huelga General de Mujeres el 8 de Marzo próximo, la campaña nacional 19 de Diciembre Día Nacional Contra el Femicidio, las luchas antirracistas y contra el extractivismo, las reflexiones políticas y movilizaciones masivas de mujeres y disidencia sexual, como de la clase trabajadora en su conjunto, se desprenden de biografías politizadas que buscan mejorar las condiciones de vida de las mayorías sociales, erradicando la explotación capitalista y patriarcal. Sin permiso y con la porfía característica de los feminismos del sur.  

Cinthya Jara Riquelme, Trabajadora Social Feminista –Juventud Socialista de Chile

[EN] 

Politicised biographies and the obstinacy of the feminists from the south 

 I keep in mind, from a very young age, having witnessed, but also experienced, inequalities and gender violence. I was raised mainly by my mother, always with the support of other women: my maternal grandmother whom I name to this day “mommy” and my godmother, both women of the south-central coast of Biobio region, the wonderful commune of Tomé.

The experience of motherhood for her was never an easy task, she had to migrate from the Biobío region to Santiago, to join the work force and to work as a private home worker, commonly known in Chile as “nana”. We lived through processes of major changes in that period. Our genealogy derives from poverty cycles and limited conditions to complete formal education, coupled with the difficult possibility of being a worker and mother. This was even more apparent in the process of democratic transition of the 90s. At that time, the only option that my mother believed was viable for our “good living” was enrolling me in the boarding school of the School No. 328 of children, belonging to the Hogar Español. It was located in the county of Las Condes, very close to her workplace.

From 6 years old I was at the boarding school from Sunday to Friday. I shared a room with other girls and adolescents from different regions and counties of Santiago, and also from other countries. I remember a friend of the boarding school that came from Nicaragua as a result of the repression and political violence of her country, who were in a similar situation. We were more than 100 women with histories woven together by poverty, violence, the non-recognition of our parents or the radical absence of these. Although I was recognised by mine, the passive exercise of paternity and many times its absence in my development process, did not make my reality different. 

The experience in that place was both sweet and bitter. The significant thing for me was meeting with girls from different places and knowing that I was not the only one in the same situation. The sharing experiences was always very enriching. Likewise, we had basic needs covered: food, shelter, education, health and entertainment. However, the imposition of Catholicism attracted my attention, having a doll room, with cars, kitchens, household items such as brooms, plates, supermarket trolleys, and another TV room with only Disney movies such as Cinderella, Beauty and the Beast, The Little Mermaid, Snow White and The Seven Dwarves; that all reproduce a stereotype of a woman rescued by a “man who turns out to be true love and for his whole life”. Accordingly, the rules established by our caretakers “Madres de los Desamparados y San José de la Montaña”, consisted in denying us the possibility of wearing short skirts and climbing trees, wearing makeup and we were strictly forbidden in having heterosexual love relationships and even more so lesbian relationships. 

What they did not know and/or wanted to see at the boarding school was our biographies crossed by contexts of vulnerability, some of us kept deep, silent and often traumatic pains. 

My experience includes a situation of sexual abuse at age 5, by a male member of my family, which caused me irreparable damage that I was never able to verbalise until 3 years ago. Then, at age 8 I was abused again, at the place that was considered as my second home, the boarding school. When I began to grow and I changed school, I undertook the development of my autonomy by traveling alone through the city; I witnessed the danger in it with street sexual harassment, the clutches on the street and intentional friction in the collective locomotion, the insecurity that was created when I would walk alone in dark places. But I also had the protection and irrefutable defence of my mother when she was present. 

In short, just because I was a woman, I had to assume certain behaviours, roles and expectations that the cultural mandate ascribed to me, but that also seeped into my family relationships, as a couple and / or with my peers. Being the object of sexual violence, I realised early on that inequalities culminate in concrete expressions that transcend individual experience and the private sphere, and when what is devalued is feminine, it can always continue affecting others. Even when we collectivise this exercise of perfecting the view of the oppressions and dominations that we live through, becoming aware and sharing our experiences through conversation with other women, can be painfully revealing, but it can also become our main weapon of struggle. A commitment to changing that the everyday stories should not be the stories of violence that we have gained in different stages of our lives. We need to be dedicated to the desire to tear down the order and system that reproduces them. 

When I use speech as a tool for understanding the subjective world with my mother, aunts, friends, women I work with, companions of feminist and political militancy, some expression of patriarchal violence appears in their biographies. For example inn the type of education we have received, in the form that we have incorporated into the world of work and the increasingly precariousness of it, in the wage inequality, in the access to certain services for belonging to a more impoverished territorial context, in the often solitary exercise of the upbringing. 

That is why I am convinced of the emancipatory value of politicising biographies, becoming aware of the transforming potential of feminism for women and social majorities. As well as recognising the value of plural strategies that converge in a common struggle: freedom from oppression and domination that capitalism and patriarchy reinforce systematically in us. 

The women who live in Chile, as in other territories of the South and in the rest of the world, are in a key process of social transformation. The expression of the demands that we promote today in each territory derives from a process of historical accumulation that women and feminists preceded. It aims precisely to highlight the crisis of the capitalist model that has taken the human exploitation and the planet that we inhabit to the limit. 

This is the result of the depredation of natural resources by transnational capitalist companies that deprive thousands of indigenous communities of good living.  It creates zones of sacrifice, as well as the commercialisation of social rights, the privatisation of land and water. It culminates in ending the enjoyment of existence and makes the lives of people even more precarious. But it also establishes new forms of domination and exclusion by introducing a new fascist seed, the femicide pandemic as a radical expression of gender violence. It also increases the mass displacements by people going through a legitimate search for new settlements. 

 It is indisputable that the articulation and political influence of feminism in Chile seeks to revolutionise all spaces. For me personally, it has made it possible to contribute to the reconstruction of this new social fabric that seems to take on ever-greater meaning and strength. The on-going processes of cultural transformation in the universities emerge from politicised biographies that seek to improve the conditions of life of the social majorities, eradicating capitalist and patriarchal exploitation. The fights include the denunciation of: violence, harassment and sexual abuse, the fight for legal, safe and free abortion, the pre-encounters towards the General Women’s Strike on March 8, the national campaign on December 19: National Day Against Femicide, anti-racist struggles and against extractivism, political reflections and mass mobilisations of women and sexual dissidence, as well as of the working class as a whole., The defining characteristics of the feminism of the south is not asking for permission and being obstinate. 

Cinthya Jara Riquelme, Feminist Social Worker – Socialist Youth of Chile